Hoy quiero hablarte desde un lugar muy personal, alejado de patatas o campo. El Día Mundial del Alzheimer tiene un significado profundo para mí, ya que hace algunos años perdí a mi madre, quien luchó con valentía contra esta enfermedad. Hablar sobre el Alzheimer es, para mí, una forma de honrar su memoria y reflexionar sobre todo lo que viví junto a ella. Esto es un homenaje a mi madre, una gran mujer que me dio la vida en muchos sentidos.

Mi madre, Victoria, fue una mujer fuerte, decidida, que siempre salió adelante ella sola. Se divorció en los tiempos en que los divorcios era un tabú, enfrentándose a la incompresión de sus padres, mis abuelos. Trabajadora incansable, lectora, estudiosa, vital, nos crió a mi hermano y a mí ella sola. Nunca nos faltó de nada, ni emocional ni económicamente, maestra de las finanzas, manejaba las cuentas con destreza. La vida no fue amable con ella, ni al principio ni al final.
El Alzheimer es una enfermedad muy cruel. Poco a poco, la persona que amamos se va desvaneciendo, pero hay algo que nunca desaparece: el amor. Mi madre nunca se olvidó de mi, pero perdió esa chispa en sus ojos y esa sonrisa tranquila que nunca dejaba de iluminar la habitación. A lo largo de los años, aprendí que, aunque el cuerpo y la mente se vean afectados, el alma y el cariño siguen presentes, incluso cuando las palabras ya no fluyen.
Recuerdo especialmente un momento, en la residencia, los últimos días. Estaba siempre ausente y agresiva, yo estaba llorando a su lado, se volvió y me dijo «¿que te pasa cariño, te encuentras mal?». Y yo, con el corazón lleno de gratitud, le devolví una sonrisa, porque sabía que más allá de cualquier enfermedad, había algo mucho más grande que nos unía: el amor incondicional de madre e hija. Por un momento, volví a recuperar a mi madre, pero se marchó para siempre poco después.

Fueron varios años de lucha intensa, viendo como se deterioraba lentamente, sin poder yo hacer nada. Esta enferemedad tiene el poder de no solo destrozar a la persona que la sufre, si no a todos sus seres queridos. Avanza inexorablemente, aplastando todo lo que encuentra a su paso, con la seguridad de saberse imparable.
Las marcas que deja el Alzheimer son profundas y duraderas. Aprendes a sobrellevarlo pero nunca te recuperas del todo. Jamás me imaginé ver a mi madre, el pilar de mi vida, en ese estado tan frágil. Desorientada y asustada, como una vez estuve yo cuando me perdí en la playa, anécdota que no dejaba de contarme.
Paradójicamente, llámalo coincidencia o azar, hace muchos años, antes de que ella empezara si quiera a dar síntomas, trabajé en un laboratorio donde se investigaba una cura contra el Alzheimer entre otras enfermedades análogas. Tras años de investigación, el laboratorio cerró por el alto coste que suponían los ensayos clínicos para una enfermedad tan complicada como ésta.
Éste es sin duda uno de los factores que también empeoran esta enfermedad, que no se dedique los fondos suficientes a la investigación de una enfermedad que cada vez está teniendo más incidencia en nuestra población y que no sólo afecta a personas mayores, si no que la edad de aparición es cada vez más temprana. Pero esta es una batalla que tendremos que seguir luchando.

Hoy, al mirar atrás, entiendo más que nunca lo importante que es estar presentes, no solo físicamente, sino emocionalmente. El Alzheimer puede arrebatar muchos recuerdos, pero lo que nunca podrá quitar es el amor que compartimos. Por eso, me parece crucial que cada uno de nosotros tome un momento para reflexionar sobre la importancia de cuidar a nuestros seres queridos, de mostrarles apoyo y de mantener viva la conexión emocional, incluso en los momentos más difíciles.
Es muy complicado, lo sé, yo misma me vi superada por la situación. Perdía la paciencia, me ponía nerviosa que no se acordara de las cosas, no comprendía por qué se ponía tan agresiva conmigo. Y sólo era porque ella tampoco entendía que le estaba pasando.
Siempre estaré agradecida a la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Segovia. Ellos fueron los que me orientaron cuando todo estaba muy negro y no conseguía avanzar. Me hicieron ver la realidad de la situación de mi madre y sus necesidades, quitándome el sentimiento de culpa por no darle yo misma todos los cuidados que su enfermedad requería.
Este día es un recordatorio para ser más compasivos con aquellos que atraviesan esta enfermedad, para brindarles nuestro tiempo, nuestra paciencia y, sobre todo, nuestro amor. Porque al final del día, lo que realmente importa no son los recuerdos que se olvidan, sino el amor que nunca desaparece.
Gracias por leerme, por acompañarme en este día tan especial. Espero que cada uno pueda encontrar momentos de paz, amor y conexión con sus seres queridos, independientemente de los desafíos que enfrenten.