Cuando oí por primera vez la historia del almacén de patatas, reconozco que se me pusieron los pelos de punta. Me vi por un momento viajando a un pasado que desgraciadamente está muy presente. Guerra, pobreza y hambre, sigue sonando igual de actual que hace casi 100 años.
Historia
La pobrera era un pajar perteneciente a mis abuelos, Sinforiano y María. Después de la Guerra Civil, mis abuelos daban alojamiento a personas que huían del horror del hambre y la pobreza, e iban en busca de una oportunidad hacia otra parte. Con la paja se arropaban en las épocas frías, y un tímido fuego les calentaba el cuerpo, así como la hospitalidad de Sinforiano y María les calentaba el corazón. Normalmente, hacían parada una o dos noches, para reponerse del camino andado. Nunca faltó de comer en esa pobrera (unas patatas cocidas o un mendrugo de pan), aunque mis propios abuelos no tuvieran mucho para ellos mismos y su familia.
El Cebadero
Con el paso del tiempo, la pobrera dio paso a un cebadero de cerdos y de chotos, que además de abastecer durante el invierno a la familia, constituía una nueva fuente de ingresos procedente de la matanza.
El Almacén
Llegando ya a mediados de los años 90, la pobrera se utilizó para almacenar las patatas a granel que posteriormente se envasaban a mano con un gario y cubo de 25 kg, para llenar sacos de 50 kg (afortunadamente cambió la normativa y a partir de ese momento los sacos son de 25 kg). Estos sacos son los que se destinaban, en aquellos tiempos, a hostelería. En los años venideros, la pobrera se mejoró hasta formar lo que es hoy el almacén de Patatas Tarsa.
Es un lujo poder trabajar en un lugar tan repleto de historia, una historia de lucha y superación, que nos mantiene con los pies en el suelo y nos impulsa siempre a seguir adelante.
“No te preocupes por los pasos que das, si no por las huellas que dejas”